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Cuando el burnout te toca la puerta y decides abrirle (pero con café en mano)

Estos días he estado sintiendo que el tanque está más vacío que nunca. El clásico «burnout» ha llegado, y no ha pedido permiso. Entre el trabajo, el canal de YouTube, las charlas, las conferencias y un millón de pequeñas obligaciones que se acumulan como papeles sobre un escritorio, he llegado al punto donde hasta respirar parece una tarea más.

Me he perdido cosas importantes. Sí, la Upscale Conf era una de esas citas que tenía marcadas en el calendario, pero cuando llegó el momento, simplemente no tenía fuerzas. El trabajo, la salud, la autoexigencia… todo me sobrepasó. Y me sentí mal, porque estas cosas suelen ser esos espacios que nos reconectan con lo que nos gusta hacer. Pero, honestamente, no podía.

Lo curioso del burnout es que no llega de repente, como un ladrón en la noche. Es más bien como un invitado pesado que lleva tiempo avisándote de que viene, y tú, en tu intento de ser todo para todos, le dices: «¡Claro, pasa cuando quieras!». Y cuando finalmente llega, no lo hace con regalos, sino con cansancio, dudas y una lista de tareas que ni siquiera recuerdas por qué aceptaste.

La tormenta tiene que valer la pena

Lo que más me ronda estos días es esta idea: ¿servirá de algo todo este esfuerzo? Es decir, espero que todo este trabajo, todos los proyectos, toda esta locura de agendas llenas y sueños a medias, esté construyendo algo. Porque si no, ¿qué sentido tiene? No busco una respuesta positiva falsa ni un mantra motivacional vacío. Lo que quiero es creer que esta montaña de esfuerzo tiene una cima que, cuando la alcance, me hará sentir que valió la pena el cansancio.

Y ahí es donde encuentro un poco de consuelo: creer que este momento no es el final, sino una pausa en medio del camino. Porque, aunque me duela haberme perdido cosas importantes o sentir que mi salud y energía están pendiendo de un hilo, también sé que estoy sembrando algo. Y que a veces, para seguir adelante, hay que permitirnos parar, respirar y mirar todo con algo más de calma.

Una nota para mí mismo (y para ti, si te sirve)

  • Perderse eventos no es fallar: Es cuidarse. Es aceptar que no podemos estar en todas partes, por mucho que queramos. Y aunque cueste, el mundo no se va a detener porque tú frenes un momento.
  • Reconoce lo que lograste: Mi autoexigencia me lleva siempre a ver lo que no hice, pero pocas veces me permito mirar todo lo que sí estoy haciendo. Tal vez es hora de cambiar eso.
  • Deja espacio para lo inesperado: A veces estamos tan ocupados persiguiendo nuestras metas que olvidamos disfrutar del proceso. Quizá el próximo paso no esté en la cima, sino en el camino.

Estos días me siento quemado, sí. Pero también siento que puedo darle la vuelta a esto. Que todo este desgaste tiene un propósito, aunque ahora no lo vea del todo claro. Y si hay algo que he aprendido de las crisis, es que siempre traen consigo una pequeña chispa de claridad. Espero que esta sea una de esas veces.

Por ahora, me doy permiso para descansar, aunque sea un rato. Porque, al final, lo único peor que quemarse es no aprender nada de las cenizas.

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